20130122

Comunicación


“Ten cuidado con las palabras que utilizas…para comunicarte”
     He oído:
     Un cazador se perdió en un bosque.Por la tarde llegó a una propiedad, pero le daba miedo entrar porque en la puerta había un gran cartel que decía: "Cuidado, perros peligrosos". La noche iba cayendo y el bosque estaba lleno de animales salvajes. Era preferible enfrentarse a los perros que ser devorado por  esos animales. El hombre estaba tan cansado, tan agotado, que quería descansar. Albergaba la esperanza de que, si había perros, hubiera alguien; el amo de los perros, el dueño de las tierras o la persona que había puesto esos grandes carteles.
     Entró con un poco de miedo, tembloroso, pero no había otra salida, no había alternativa. Unos metros más adelante se encontró con otro cartel aún más grande: "Cuidado, perros peligrosos". El corazón empezaba a encogérsele, pero no había camino de vuelta, no había vuelta atrás, así que tenía que seguir. De nuevo llegó a un cartel aún más grande.
     En ese momento, vio un perro pequeñito, muy pequeñito, delante de la cabaña del dueño. ¡Un perro tan pequeño que podrías agarrarlo por las patas y lanzarlo a cien metros!
     El cazador estaba muy perplejo. El dueño apareció en la puerta, así que le preguntó:
- ¿Dónde están los perros grandes y peligrosos?
Él contestó:
- No hay ninguno. Éste es mi único perro.
El cazador le preguntó:
- ¿Cree que este perro puede evitar que entre la gente?
El hombre le contestó:
- No, pero los carteles sí. Usted es el primero que ha entrado en años. Aunque no hubiera perro, los carteles serían suficientes.


     La gente vive a través de las palabras. Si en un teatro lleno alguien grita: "¡Fuego!, ¡fuego!", todos empezarán a correr. Nadie se preocupa de averiguar si hay algún fuego. En cuanto escuchas la palabra "fuego", tu imaginación empieza a funcionar...o como cuando escuchas pedir auxilio, inmediatamente, piensas en el peligro.
     Ten mucho cuidado con las palabras que usas. Las palabras tienen asociaciones, profundas asociaciones y al pronunciarlas con convicción se pueden convertir en realidades concretas; pueden dejar de ser simples palabras y pasar a ser “cosas” pero a veces no deseadas.
Sensei Diego

20130107

Proverbio Zen


Proverbio Zen sobre el valor de las cosas:
 "Vengo, maestro, porque me siento tan poca cosa que no tengo fuerzas para hacer nada.
Me dicen que no sirvo, que no hago nada bien, que soy torpe y bastante tonto.
¿Cómo puedo mejorar? ¿Qué puedo hacer para que me valoren más?"

El maestro, sin mirarlo, le dijo:

-Cuánto lo siento muchacho, no puedo ayudarte, debo resolver primero mi propio problema. Quizás después...- y haciendo una pausa agregó Si quisieras ayudarme tú a mí, yo podría resolver este tema con más rapidez y después tal vez te pueda ayudar.

-E...encantado, maestro -titubeó el joven pero sintió que otra vez era desvalorizado y sus necesidades postergadas.

-Bien-asintió el maestro. Se quitó un anillo que llevaba en el dedo pequeño de la mano izquierda y dándoselo al muchacho, agregó- toma el caballo que está allí afuera y cabalga hasta el mercado.
Debo vender este anillo porque tengo que pagar una deuda. Es necesario que obtengas por él la mayor suma posible, pero no aceptes menos de una moneda de oro. Vete ya y regresa con esa moneda lo más rápido que puedas.

El joven tomó el anillo y partió.

Apenas llegó, empezó a ofrecer el anillo a los mercaderes. Estos lo miraban con algún interés, hasta que el joven decía lo que pretendía por el anillo.

Cuando el joven mencionaba la moneda de oro, algunos reían, otros le daban vuelta la cara y sólo un viejito fue tan amable como para tomarse la molestia de explicarle que una moneda de oro era muy valiosa para entregarla a cambio de un anillo.
En afán de ayudar, alguien le ofreció una moneda de plata y un cacharro de cobre, pero el joven tenía instrucciones de no aceptar menos de una moneda de oro, y rechazó la oferta.

Después de ofrecer su joya a toda persona que se cruzaba en el mercado -más de cien personas- y abatido por su fracaso, monto su caballo y regresó.

Cuánto hubiera deseado el joven tener él mismo esa moneda de oro. Podría entonces habérsela entregado al maestro para liberarlo de su preocupación y recibir entonces su consejo y ayuda.

Entró en la habitación.

-Maestro -dijo- lo siento, no es posible conseguir lo que me pediste. Quizás pudiera conseguir dos o tres monedas de plata, pero no creo que yo pueda engañar a nadie respecto del verdadero valor del anillo.

-Que importante lo que dijiste, joven amigo -contestó sonriente el maestro-. Debemos saber primero el verdadero valor del anillo.
Vuelve a montar y vete al joyero. ¿Quién mejor que él, para saberlo?
Dile que quisieras vender el anillo y pregúntale cuanto te da por él. Pero no importa lo que te ofrezca, no se lo vendas. Vuelve aquí con mi anillo.

El joven volvió a cabalgar.

El joyero examinó el anillo a la luz del candil, lo miró con su lupa, lo pesó y luego le dijo:

-Dile al maestro, muchacho, que si lo quiere vender ya, no puedo darle más que 58 monedas de oro por su anillo.

-¡¿58 monedas de oro?!, preguntó el joven.

-Sí -replicó el joyero- Yo sé que con tiempo podríamos obtener por él cerca de 70 monedas, pero no sé... si la venta es urgente...

El Joven corrió emocionado a casa del maestro a contarle lo sucedido.

-Siéntate -dijo el maestro después de escucharlo-.
Tú eres como este anillo: una joya, valiosa y única. Y como tal, sólo puede evaluarte verdaderamente un experto.
 ¿Qué haces por la vida pretendiendo que cualquiera descubra tu verdadero valor?
Y diciendo esto, volvió a ponerse el anillo en el dedo pequeño de su mano izquierda.